Una oración por Katerina Horovitzová, de Arnost Lustig y El Pentateuco de Isaac, de Angel Wagenstein, por Ronaldo Menéndez.
Dos brillantes caras de la misma moneda: libros sobre el holocausto. El primero escrito por un checo, el segundo por un búlgaro. Con varias cosas en común y opuestos caminos. Ambas contienen en sus títulos el nombre de alguien, y en ambos casos se alude a un texto (Oración o Pentateuco) de o por ese alguien. Y ninguna de las dos novelas, aunque tratan sobre el holocausto, nos dicen lo que ya sabemos. O si lo sabemos, nos lo cuentan de manera diferente, porque eso es lo que puede hacer la auténtica literatura cuando hay talento de por medio.
Me han fascinado, y a ello se agrega la alegre comprobación de que una vez más dos sellos independientes (Libros del Asteroide e Impedimenta) nos hacen magníficos regalos.
La novela de Arnost Lustig es un viaje en tren, pero ese tren no es solo un vehículo, sino un lugar. El recipiente de la crueldad, la alevosía y el engaño. Su protagonista, una mujer judía a punto de ser recluida en un campo de concentración, es ‘salvada’ por un rehén millonario, que junto a otros de la misma condición, van a ser canjeados por rehenes alemanes en manos de las fuerzas aliadas, después de un viaje en tren hacia ese destino de libertad. Mi fascinación empieza con la tensión de la trama, y crepita con la brillante manera en que su autor consigue narrarnos un estado de ánimo: la angustia.
Contrario a este viaje anímico, tenemos El Pentateuco de Isaac: su protagonista, también judío, viaja a través de la historia haciendo tres terribles escalas, las dos primeras en campos alemanes, la última en un gulag soviético. ¿Cómo se puede escribir sobre estas circunstancias con humor? Su autor, Angel Wagenstein, ha conseguido algo imposible: que nos riamos —eso sí, sobrecogidos de profunda tristeza— en el mundo del horror. Es tan gracioso que sus personajes parecen dibujos animados.
Y he pensado en ese componente, a veces demasiado trajinado, de la buena literatura: la originalidad. Porque si algo tienen ambas obras es el hallazgo de sacarle todo el partido del mundo a tramas específicas, de presentar ángulos y situaciones peculiares. Por encima de esto, consiguen meternos en la médula el estado anímico de sus personajes. Y quienes nos dedicamos al desasosegante oficio literario sabemos que ‘narrar estados de ánimo’ es muy difícil. ¿Alguna lección de aprendizaje? Contar lo mismo, de manera diferente, es una apuesta segura.
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