La vida imposible y El país imaginado, de Eduardo Berti, por Ronaldo Menéndez.
Una vida imposible y un país imaginado parecen cosas leves y a la vez terribles, como fantasmas. Y títulos intercambiables. Pero no fue lo único que me animó a juntarlos en una sola reseña. Me gustó la idea, además, de una especie de ejercicio de homologación, para dos obras aparentemente opuestas en todos los sentidos: la primera, microrrelatos, y la segunda una novela.
Confieso que he pecado de lector adverso a los microrrelatos. Muchos me gustan, pero hay demasiados. Y lo que menos me gusta son los microrrelatos, que aunque ingeniosos, solo conservan dos dimensiones. Pensemos en esa pequeña pieza pulida como una sentencia, inteligente y explosiva, pero que a veces se agota en la lectura. Nos deslizamos durante unos segundos tobogánicamente a través de unas pocas líneas, y al final lo hemos comprendido todo. Es decir, el microrrelato se nos ha gastado en las dos dimensiones de la página. En cambio, me fascinan aquellos microrrelatos semejantes a poliedros, con todas esas aristas y ángulos, con compacidad, peso específico y profundidad. Y si aterrizamos en los que ha reunido Eduardo Berti en La vida imposible, no solo pisamos la tierra incógnita de las tres dimensiones, sino que además comprobamos que el poliedro, con sus sucesivos planos, no es transparente. Las piezas de este libro son opacas en el mejor sentido: cada plano oculta al plano posterior, y tenemos que inclinarnos, enfocar la lectura desde distintos ángulos para aprehender toda la figura. Aclarándome: cada relato de La vida imposible parece que no acaba. Vamos leyendo y con cada última línea sentimos que algo se nos ha escapado. Entonces vuelta a empezar, variando el enfoque, apuntando a razonar sobre alguna premisa que antes nos pasó inadvertida. Podría pensarse que están escritos en una especie de clave Rashomon o prosa críptica, pero no, simplemente el narrador, de una u otra forma, siempre se las arregla para sugerirnos cosas más allá del texto. Como si cierta realidad platónica pendiera en el más allá de nuestra posible inteligencia, y el texto fuese su manifestación concreta. Presentimos un misterio que trasciende al relato, y el placer de la lectura es la espiral infinita de querer ir más allá.
Y de pronto, al recordar que hace un tiemplo había leído su novela El país imaginado, intuí la conjunción de ambas obras. Una adolescente china nos narra su amor por una joven hermosa, tejido en la compleja red de los acuerdos matrimoniales de antaño en aquel raro país, con las supersticiones, los intereses económicos y las inconformidades incipientes. El diablo me libre de adelantar la trama para los que aún tardan en leerla. Como diría Borges, menos que su trama, me asombró su aire de tranquilo misterio. Cuando iba por la mitad, me dije: ¿Cómo es que alguien occidental escribe no sobre China, sino desde China? Y no solo porque la voz de la protagonista encarne la versatilidad del escritor, sino porque da la impresión de que, efectivamente, hay algo esencialmente chino, taoísta, en toda la prosa. En el uso del silencio, en su ritmo, en el vacío significativo. Y aquí es donde llego otra vez a decir que Berti es un narrador oblicuo. En esta novela, lo más importante nunca se dice. Una maquinaria elusiva brilla al servicio de atizar nuestra curiosidad y hacernos imaginar un más allá. Los personajes apenas hablan según la pauta del diálogo literario convencional, y sin embargo no dejan nada por decir. Una carta de amor y póstumo arrepentimiento determinan el presente de la trama. La voz de una abuela muerta incide tangencialmente en todo lo que pasa. Otra vez un sol (una voz) oblicuo ha iluminado los sucesivos y opacos planos narrativos para que la historia tenga volumen. Y si nos ponemos técnicos, extrayendo alguna enseñanza útil para quienes escriben, les diría que leyendo, sucesiva e inmediatamente ambas obras, uno no solo aprende aquello que dijo Voltaire: el secreto de ser aburrido es querer decirlo todo. Uno aprende, además, que un narrador oblicuo tiene muchas posibilidades de resultar interesante.
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