Cuando se escribe, es inevitable describir. Pero una buena descripción no es un amontonamiento de detalles. Enumerar y sumar elementos, sin que estén cargados de sentido y sean realmente significativos, puede acabar con la paciencia del lector. Uno de los caminos más firmes para evitar un descalabro es convertir nuestra simple descripción en una descripción dinámica. No es lo mismo apuntar, de manera estática: “En la habitación había una mesa de roble alargada, un amplio ventanal, cuatro sillas y una pizarra”, que convertir esto en una descripción dinámica: “Abrió de golpe el amplio ventanal, dejando que entrara la fuerte luz del mediodía, cuyos reflejos hicieron brillar la alargada mesa de roble. Luego fue ordenando cada silla, orientándolas hacia la pizarra del fondo”. En el primer caso (estático) se suman aburridamente los distintos elementos. En el segundo (descripción dinámica) se ejecuta una acción por parte de un personaje, y dentro de esta acción se deslizan los elementos descriptivos. El resultado es una escena que se deja leer de manera fluida, sin la pesadez de los elementos descritos.
Conceptos claves: movimiento, expresividad, fluidez.
Ejercicio: Toma dos fotografías. A: Una que muestre un espacio, habitación, calle o paisaje; y B: Otra que contenga una o más personas, o incluso un retrato. Obsérvalas detenidamente en todos sus detalles. ¿Listo? Ahora redacta un texto donde hagas entrar la fotografía B en la fotografía A, pero basándote en lo puramente descriptivo. Dicho de otra manera: No se trata de inventar una historia o relato fundiendo ambas fotografías, sino de crear una nueva fotografía textual a partir de la suma de ambas, mediante el desarrollo de acciones por parte del personaje, que impliquen elementos descriptivos.