Tomado del libro Cinco golpes de genio de Ronaldo Menéndez.
Cuenta la leyenda que Flaubert fue quien creó esta curiosa técnica, de la que luego se ha hecho eco toda la literatura e incluso el cine. Se refiere a construir un relato (o novela) alternando al menos dos líneas argumentales totalmente diferenciadas y paralelas.
En el famoso capítulo VIII de Madame Bovary, se alternan dos pasajes argumentales: 1) la feria agropecuaria y el discurso del consejero Lieuvain para el campesinado, 2) el cortejo de seducción cursilón desplegado por Rudolphe con el propósito de llevarse al huerto a Emma Bovary. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra (y no me refiero al huerto)? Nada…, aparentemente. Salvo que se dan en el mismo contexto temporal. Y he dicho aparentemente porque su efecto es inmediato: el cortejo de Rudolphe no nos parece tan cursi porque en todo momento lo leemos bajo la influencia administrativa de la feria agropecuaria, y la feria, por su parte, incluso puede llegarnos a parecer teñida de cierta ‘magia’, a causa de su entrevero con el lenguaje patético del cortejo amoroso.
Exacto, sapiente de la penúltima fila: el inevitable efecto de la técnica de los vasos comunicantes es la mutua contaminación de las líneas argumentales que se alternan. Dicho de otro modo: cuando trabajamos trenzando dos pasajes argumentales, la proximidad y alternancia de los mismos hace que se influyan mutuamente. Pueden influirse en el tono, en la tensión, en la atmósfera que se transmite de uno a otro, pero también pueden influirse de una manera más argumental. O sea, ambas líneas pueden declarar su vínculo, reuniéndose, en un momento determinado de nuestro relato.
Por ejemplo, imaginemos que una de las líneas de nuestro relato parte del momento en que la anciana ha soñado que le depilaba el orgulloso mostacho a Marcel Proust, y despierta con remordimientos por no haberle ofrecido un bono para que el escritor se aplicara una depilación láser en condiciones. La segunda línea argumental, un bloque después, narra los esfuerzos de nuestra anciana por convertirse en representante de un grupo punk de jóvenes músicos llamado Secreción nasal. Nuestro relato alterna una y otra vez los dos bloques: el de la anciana con remordimientos ante el mostacho de Proust, y sus trajines empresariales con el grupo de jóvenes músicos punkis. Hacia el final, la anciana gana tanto dinero como agente musical, que monta una corporación dermoestética y le ofrece a Marcel Proust, en efusiva carta, la posibilidad de someterse a una depilación laser ya no solo de su mostacho, sino también de todo su cuerpo.
En este caso estamos ante la presencia de relatos escritos bajo la técnica de los vasos comunicantes. Historias paralelas que se van alternando, hasta reunirse en un punto crucial del recorrido.
Ojo: uno de los peligros de esta técnica es que una de las dos historias que se alternan sea, por algún triste motivo, menos interesante que la otra. Si resulta que lo único que realmente tiene miga, nervio, intriga, tensión y emociones, es la historia de la anciana como representante musical de los punkis, y en cambio todo lo concerniente a Marcel Proust —como suele suceder— es un coñazo, el lector querrá pasar por encima de la trama proustiana como si se tratara de un estorboso deber, para llegar una y otra vez a lo que de verdad le interesa. He aquí una premisa, colaborador de la penúltima fila: siempre que alternemos diferentes líneas argumentales, hay que vigilar el equilibrio entre ambas, que una no predomine sobre la otra. Lo hace de manera brillante Mario Vargas Llosa en La fiesta del chivo, lo hace Murakami en Kafka en la orilla, lo hace Quentin Tarantino en el filme Pulp fiction, y otro montón de escritores y cineastas.