“El mal nos transforma en animales, pero también nos puede humanizar e incluso elevarnos”. Entrevista a Ana Blandiana por Ronaldo Menéndez.
No hay mejor forma de empezar nuestro club de lectura que destripando un libro como Proyectos de pasado de la rumana Ana Blandiana, candidata al Nobel de literatura. Además, y que no salga de aquí, Viorica Patea, traductora y gran defensora de la obra de Blandiana, será la responsable de abrir el nuevo cursos en Billar de letras. Un lujo, sin duda. Mientras, os dejamos la entrevista que le hicimos a Ana Blandiana a propósito de la presentación de su poemario Mi patria A4.
Su voz parece un susurro, un espacio entre las palabras de piedra. Cuando empieza a hablar se me ocurre la rara idea de que no necesito saber rumano para entenderla. No obstante, muchas palabras me resultan familiares, porque en mi infancia cubana nos bombardeaban con largas sesiones de animados rumanos en la tele. Desde hace unos años, cuando di con su libro de relatos Proyectos de pasado, tuve la sensación de que conocía a Ana Blandiana desde siempre, que me había reencontrado con una amiga que hace mucho no veía. Supongo que algo parecido les pasa a esos fanáticos con sus ídolos, y la cosa termina en rondar la casa día y noche hasta que sobreviene el encuentro y tal vez la tragedia.
Este mediodía en Madrid llueve como si el otoño entero se hubiese desplomado sobre la ciudad. En la Fundación Juan March hay cuatro gatos. Cuatro gatos mojados que hemos querido venir a hablar con la Poetisa que presenta su último poemario, Mi Patria A4 publicado por Pre-textos y traducido por la maravillosa Viorica Patea y el poeta Antonio Colinas. Al principio me enerva que no haya una muchedumbre letrada clamando por uno de los genios literarios vivos más amables y delicados que alguien pueda conocer. Son malos tiempos para la poesía. Yo he masticado sus libros hasta la saciedad, y mi primer asombro fue con aquel relato donde una profesora de Filosofía pretende criar pollos en el balcón de su casa, como única posibilidad de sustento. Un tiempo después descubrí un ensayo de la profesora Francisca Noguerol, de la Universidad de Salamanca (especialista en Literatura hispanoamericana y muchas cosas más) donde me hacía el inusitado honor de comparar un relato mío con el ya mencionado de Ana Blandiana. Mi personaje, también profesor de Filosofía, criaba un cerdo en la bañera de su casa, con vistas a agenciarse su propio sustento. Y a partir de esta premisa las coincidencias eran sorprendentes, no solo en lo temático, sino en el tratamiento mismo de unos y otros relatos a lo largo de ambos libros.
No apunto esto para significar que me aproximo, siquiera milimétricamente, a la estatura de Blandiana, sino para intentar entender algo: ¿Cómo era posible que dos escrituras aparentemente tan distantes coincidan de manera tan reiterada? ‘Neo-realismo mágico socialista’, se me ocurrió pensar. Rumanía y Cuba: dos sociedades de estirpe comunista, con un eje común de dolores y vivencias. Y en ambas, el escritor haciendo lo que buenamente puede, metáfora en ristre. La Blandiana sufrió una primera condena en el año 1959, fecha en que se instaura la Revolución cubana. Luego fue condenada nuevamente en 1984, y en 1988 sufrió prisión domiciliaria. Sus poemas, desde siempre, estuvieron prohibidos, y la gente los escribía a mano, se los pasaba y los aprendía de memoria en la siniestra Rumanía de Ceaușescu.
“Cuando escribo poesía tengo el sentimiento curioso de que lo que escribo me lo susurra alguien, del que sólo sé que deseo que no deje nunca de susurrarme”, me dijo Ana Blandiana cuando un tiempo después he podido entrevistarla. Es una dama muy humilde, y sé que no ha querido decirlo: Ser sabio no es convertirse en el fin de algo. Es ser el medio para que los demás escuchen.
Entrevista a Ana Blandiana:
Ronaldo Menéndez: Mi experiencia personal, y mi contacto con escritores que viven en dictaduras comunistas, me ha enseñado que una de las maneras de buscar cierta universalidad en la obra, y de incluso eludir cierto tipo de censura, es escribiendo hacia lo simbólico, lo metafórico, lo alegórico ¿Te has sentido alguna vez identificada con esta búsqueda alegórica o simbólica como vía para eludir la agobiante y estrecha circunstancia política de una dictadura, y ser una escritora “más universal”?
Ana Blandiana: Por supuesto que mi respuesta es afirmativa. Claro que en condiciones de censura la metáfora, la alegoría, el símbolo pueden llegar a ser – a veces incluso sin la intención expresa del poeta– no sólo formas de construcción y de expresividad artística, sino medios de transmisión de sus ideas y, a veces, incluso armas. Sobre todo, en las sociedades totalitarias en las que existe la censura se prohíbe no solamente la libertad de expresión, sino también la libertad de asociación y la solidaridad. En estas condiciones, la metáfora y la alegoría representan formas de unión entre la gente. La metáfora es como todos sabemos una comparación a la que le falta un término, y este término sugerido pero no expresado es descubierto por el lector, de modo que la unión entre dos, imposible de vigilar por el censor, hace que la poesía exista en su totalidad a mitad de camino entre ellos. Y con ella nace también la solidaridad. En la lucha contra la censura, al optar por estas formas de producción de la expresividad, la poesía que está amenazada por la represión no se aleja sino que se acerca a su propia esencia, ya que el símbolo, la metáfora, el poder de sugerir y la alegoría son los principales instrumentos a los que la gran poesía ha recurrido en todos los tiempos, para irradiar y crear aureolas alrededor de las palabras. Así se explica el hecho de que en los antiguos países comunistas, la poesía ha tenido un público infinitamente mayor que en los países libres, y también un nivel artístico más cerca de las esencias, de la semilla existencial del ser. Los lectores buscaban y encontraban en la poesía la última semilla viva, capaz de germinar la libertad.
RM: Has afirmado que “existen tantas modalidades de lo fantástico, que no es de extrañar que algunas de ellas puedan dar en ocasiones el salto hacia la realidad”: ¿No te parece que en los contextos totalitarios, lo que un lector ajeno puede considerar ‘fantástico’, es un tipo de realidad de extirpe kafkiana para quienes la sufren? ¿Hay en tus relatos elementos mal llamados ‘fantásticos’, que en el fondo son más cotidianos y ‘reales’ de lo que pueden parecer para lectores occidentales?
AB: En la cubierta de la cuarta edición de mi primer volumen de relatos cortos se citaba una frase que resume muy bien, no sólo mis ideas acerca de la literatura fantástica sino también mi respuesta a esta pregunta: “Lo fantástico no se opone a lo real, es sólo su representación más llena de significados. Al fin y al cabo, imaginar significa recordar”. La realidad absurda contiene en sí bastantes núcleos que sólo necesitan un pequeño acento artístico para llegar a ser fantásticos. Para un lector del mundo libre, por ejemplo, las memorias de las cárceles comunistas, con sus formas casi sobrenaturales de crueldad y el absurdo institucional de las relaciones humanas, pueden interpretarse como una literatura fantástica. En este sentido, mis relatos cortos son casi realistas, pero un realismo al que la intensidad de la mirada poética le confiere valencias simbólicas y aureolas fantásticas.
RM: Veo una especie de paradoja en casi todos tus relatos: la convivencia de lo más sublime y elevado, con lo más pedestre y cotidiano, como aquella profesora de Filosofía que se ve obligada a criar su propio sustento en el balcón de su casa, y que terminan siendo ángeles… ¿Hay en esta simbología una metáfora de las propias contradicciones del comunismo, donde a veces conviven una amplia cultura con las necesidades más básicas, donde a veces la cosificación del individuo va a la par de elevados intereses espirituales?
AB: El sufrimiento generado por la represión comunista en condiciones no solamente atroces, sino también sórdidas, programado para destruir los cuerpos y las almas de los individuos, no ha creado solamente bestias sino también santos. El mal nos transforma en animales, pero también nos puede humanizar e incluso elevarnos. La prueba es que la fe en Dios ha resistido mejor en la miseria y el dolor de la dictadura que en el bienestar de la sociedad de consumo. Asimismo, en literatura, la mezcla de realismo y poesía, incluso entre la sordidez y la poesía, es el modo más cercano a la verdad para reflejar la vida. El realismo sin poesía realizaría solamente una copia estática, inerte, mientras que la poesía lo envuelve con un aura que palpita. Pero, por otra parte, sin detalles concretos, sin la fealdad realista, la belleza de la poesía podría, a falta de cohesión, perderse. Lo que digo es válido para cualquier lugar, tiempo y tipo de arte, pero en el comunismo la diferencia entre lo feo y lo bello, entre el bien y el mal, es total e incluso más violenta.
RM: Tus relatos tienen un sustrato técnico curioso en su temporalidad: nunca ‘te apuras’, te detienes en atmósferas y detalladas descripciones, y sin embargo, nunca son relatos ‘lentos’. ¿Eres consciente de este hallazgo técnico? ¿En qué medida trabajas con la intuición, dejándote llevar, y en qué medida controlas los efectos técnicos de la narración?
AB: No sólo que no he pensado en está técnica, pero tampoco la entiendo muy bien, cuando la describes. Simplemente, parto de un acontecimiento, de una idea, sin saber muy bien lo que seguirá, y a veces llego a una cosa que no había planificado, algo siempre superior a mi planificación. Cuando escribo poesía, tengo el sentimiento curioso de que lo que escribo me lo susurra alguien, del que sólo sé que deseo que no deje nunca de susurrarme.
RM: Por último: ¿Es la poesía el sustrato de toda obra literaria ‘eterna’?
AB: Sí, estoy de acuerdo. Mi respuesta es que la poesía es la esencia.
Billar de Letras agradece a Viorica Patea, traductora de fina sensibilidad, que ha hecho posible el encuentro y luego este diálogo.
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