El personaje literario, entrevista a Juan Bonilla

POSTED BY   Natalia
11/11/2014
El personaje literario, entrevista a Juan Bonilla
Entrevista a Juan Bonilla por Ronaldo Menéndez.

Juan_bonillaBillar de Letras: Esto es una entrevista temática, y contigo quiero hablar sobre el ‘personaje literario’: Comencemos por preguntarte una cuestión obvia y trajinada: qué hay de ti en tus personajes, si es que hay algo. Y me gustaría pescar ‘en aguas profundas’: obsesiones, secretos, experiencias complicadas, y también frivolidades y pulsiones.

Juan Bonilla: Por nada del mundo me voy a tender en el diván del psicoanalista para responder. Es fácil contestar que algo debe haber, aunque sólo sea el hecho de que los haya elegido -de las brumas de la fantasía o de las de la realidad- para contarme a través de ellos, pero eso no quiere decir ni que la suma de todos ellos sea yo ni que haya en mí algo en lo que ellos pudieran fácilmente reconocerse, si es que tuvieran esa facultad. El asunto es complejo pero barato: ¿hay algo de Stendhal en Julien Sorel? ¿Qué le prestó? ¿Se ponía tan cachondo de veras sólo con acariciar una mano de mujer casada? ¿Le gustaban las niñas bonitas a Nabokov? Son preguntas para lectores del ¡Hola! de la literatura, preguntas, en todo caso, cuyas respuestas, por significativas que fueran, apenas habrían de afectar a Rojo y Negro o Lolita.

Así que si nos mantenemos en ese nivel, es evidente que yo, como cualquier narrador, hace préstamos de su experiencia personal a sus personajes: préstamos concretos, evidentes para cualquiera que conozca personalmente al autor, pero no es otra cosa que un juego que no tiene demasiada influencia en la construcción de un personaje, ya que digamos que esa construcción, aunque se haga a base de detalles, es previa a la propia selección de los detalles y la procedencia de estos puede ser múltiple. Otra cosa es si todos mis personajes tienen -entre ellos- cosas en común, denominadores que les permitan sumarse hasta dar con una identidad que podría ser la de quien los ha creado: al fin y al cabo la obra de un narrador es siempre un espejo roto, está hecha de cuchillos, si se juntan para recomponer el espejo pueden reflejar a quien se asome a ellos, pero cada uno de esos fragmentos también tiene la propiedad de reflejar a quien a ellos se asome. Cosas evidentes que cualquiera que lea mis relatos o novelas puede intuir de mi: que me gusta el fútbol -porque son muchas las metáforas que proceden de ese campo que se utilizan, o porque muchos apellidos de personajes son apellidos de futbolistas o porque hay unos cuantos cuentos sobre fútbol-; que debo ser gran partidario de las benzodiazepinas porque muy a menudo aparecen pastillas para solucionar un agobio, un miedo, lo que sea; que me interesa la adolescencia como territorio narrativo porque los adolescentes son frecuentes en mis cosas (sobre todo los adolescentes de mi época de adolescentes, que no sé si corresponden del todo con los adolescentes de ahora, y en cualquier caso los adolescentes un poco esquinados, si es que la propia adolescencia no es un esquinamiento). En fin, cosas así, muy generales, que podría contarle a cualquier compañero de viaje en un trayecto de un par de horas en tren.

BdL: Solo un apunte: son preguntas para lectores del ‘¡Hola!’ de la literatura, si la respuesta es de nivel ‘Hola’, y si está publicado en dicha revista. Pero si, como acabas de hacer, la respuesta contempla elementos enunciados inteligentemente, por ejemplo, un gusto personal que se ‘filtra’ a los personajes, o el uso de un ansiolítico, podemos analizar, desde la óptica estrictamente literaria, qué recursos técnicos utiliza el autor para enmascararse y re-crearse, lo cual no es útil para la obra en sí, pero sí para el autoconocimiento del lector que está aprendiendo a ser escritor. Puede verificarse a sí mismo, en el ámbito de los personajes, y comprobar, por ejemplo, que le suceden cosas parecidas que no resuelve correctamente. Sigamos preguntando: se dice que la ‘novela es un género de personajes’, y el relato lo es ‘de tramas o argumentos’: ¿Crees en esta disyuntiva? ¿Por qué sí, o no?

JB: No, no creo en esa disyuntiva, por la sencilla razón de que hay un montón de relatos que me gustan que son apenas el retrato de un personaje -fíjate en Wakefield por ejemplo: es sólo un retrato de alguien que hace algo muy determinado, sin que la trama importe mucho y sin que con eso se pudiera hacer una novela sin estropearlo- y hay muchas novelas cuya trama es tan esencial que es a través de ella que se retratan los personajes, como si las circunstancias pesaran más que los «yoes», determinándolos. Con respecto a ambos géneros prefiero no colgar etiquetas de ningún tipo, ni siquiera para esos textos que están entre un género y otro por su extensión, aquellos textos que caben en una antología de relatos -porque tienen cincuenta o sesenta páginas- pero que sus autores decidieron publicarlos como novelas. A mi juicio cada vez tiene menos importancia el género que un escritor o un editor decida asignarle a un texto: a fin de cuentas casi todos leímos La Odisea como si fuera una novela de aventuras y resulta que es un poema. ¿Qué diferencia El Pozo de Onetti, que debe tener unas cincuenta páginas, de algunos cuentos de Onetti? Nada, salvo que el autor decidió publicarlo como novela, su primera novela, porque tenía poca plata para agregarle más textos al volumen que entregó al impresor. En literatura no hay teoremas, no es posible el teorema: siempre encontrarás un ejemplo -o varios- que desmientan el teorema. Y da igual quien enuncie el teorema, da igual que sea Hemingway, y da igual que sea tan aparentemente brillante como su teoría del iceberg: luego te encuentras los cuentos de Chesterton donde todo está dicho, tan es así que hasta puede que le sobren las explicaciones finales con las que alumbra sus acertijos, y adiós al teorema del iceberg. Da igual que te digan que el protagonista de un cuento es siempre un momento determinado, una escena concreta, porque te encuentras con las Vidas de Marcel Schwob y ahí ves vidas enteras contadas en diez o doce páginas. Y en cuanto a la novela, igual: ¿qué debe haber en una novela? Me parece una pregunta inútil, porque una de las grandes ventajas de los textos literarios es que es absurdo tratar de establecer para ellos un solo fin. Hay novelas que sólo buscan divertir y son sensacionales logrando ese propósito, otras quieren profundizar en el retrato de personajes y nos presentan personajes que ya no olvidaremos, otras decididamente son excelentes herramientas para la denuncia, otras son enérgicas defensas de la fantasía o la épica o celebraciones del lenguaje que sólo se proponen eso, celebrar las posibilidades del lenguaje…Y en todos esos espectros te encontrarás también muchos textos que decepcionarán tus expectativas. Ahora, la manera más fácil de quedar decepcionado es pedirle a una novela algo que la novela ni siquiera quería ofrecer, pedirle a Paradiso, de Lezama Lima, que sea una denuncia social, o pedirle a Crimen y Castigo que sea una celebración de las posibilidades de una lengua para crear metáforas, o pedirle a Celine un poco de amor por el milagro de existir.

BdL: Existen dos nociones extremas con respecto al personaje literario, y dentro de ellas, toda una gama. Una de las nociones considera que un buen personaje literario es un ‘simulacro de ser vivo’ (heredada del realismo psicológico del siglo XIX); y en cambio la otra considera que el personaje es, sobre todo, un ‘ego experimental’: Don Quijote es impensable como ser vivo, lo mismo que Gregorio Samsa. ¿Te decantas por una de estas dos nociones? Quiero pedirte una reflexión breve en torno a lo anterior.

JB: Se me da mal decantarme, como ha quedado claro en la respuesta anterior. Para empezar uno no escribe solo: escribe él y su época. Y cuando uno lee debe tenerlo en cuenta porque si no, ya te digo, nos resultaría ridícula esa escena en la que Julien Sorel y la señora Renal tocan el cielo de la sensualidad porque se acarician las manos tras el respaldo de la silla de una invitada. Digamos que los personajes que sólo podrías encontrártelos en las obras de ficción pueden parecer en principio más valiosos por el hecho, precisamente, de que a los otros ya te los encuentras en la vida cotidiana, pero es una simpleza: todo dependerá del talento de quien los encierra en una obra. Ciertamente simpatizo con personajes «impensables» como tú dices, como el sinólogo de Auto de Fe de Canetti que era capaz de llevar una biblioteca en su cabeza, y siempre he pensado que era imposible que alguien así existiera en la vida real, pero luego la vida real es insuperable en la creación de seres y me he encontrado con algunos coleccionistas de libros que dejaban a Kien en una caricatura. En cuanto a los «simulacros de seres vivos», igual: depende de cómo hayan sido simulados, de si son convincentes o no, de si consiguen colárseme de alguna manera en la memoria o en el alma. A veces retratos psicológicos muy profundos -como algunos del Marqués de Sade– no acaban de funcionar narrativamente precisamente porque el escritor entendía que su función era casi la de un acumulador de peripecias y detalles que acababan aburriendo al más pintado. Pero si pensamos en Humbert Humbert, ¿cabe un retrato psicológico más acabado y brillante, el que es capaz de retratar a un monstruo desde la voz del propio monstruo?

BdL: Háblame de ‘tus grandes personajes literarios’, esos que te acompañan como si estuviesen vivos.

JB: Ya han salido unos cuantos. De los que no han salido citaría a Aquiles y a Héctor de la Ilíada, Ulises no me cae especialmente bien, Adán -y ese momento de la expulsión del Paraíso, y Jesucristo -pero nada que ver con la religión: estoy hablando de grandeza narrativa. Y el Zaratustra de Nietzsche. Y el Zhivago de Pasternak. De los que han salido, Don Quijote, naturalmente, que hay días que me cae mejor y otros peor por esa cosa fundamentalista que tenía, pero cuya muerte me emocionó como a casi todos, y con cuyas andanzas me he reído tantas veces. Humbert Humbert también, porque contra el pecado de ser un pederasta (que habría mucho que discutir ahí, porque aunque confiese su amor por las lolitas, lo cierto es que sólo se enamora de una: el tema de esa novela no es otro que el amor imposible). Julien Sorel, como el joven que se cree amo del mundo y en el fondo no es más que una pieza que los demás van desplazando por el tablero del mundo. La Penthesilea de Heinrich Von Kleist, esa guerrera que pugna contra el deseo y el amor y sólo lo consiente o lo acepta si es conquistado por ella, en ningún caso si fuera su conquistador. La lozana andaluza. Holden Cauldfield no tanto como Franny y Zooey. Y Lázaro de Tormes, sólo por la valentía (ficticia, claro) de decir «yo» en tiempos en que el yo era patrimonio de los señores. Curiosamente son personajes por los que no me cambiaría, a los que ni siquiera envidio, en los que apenas me reconozco: sencillamente me gusta que existan, que me acompañen. Me reconozco más en el ciudadano temeroso de Ruido de Fondo, de Don Delillo, pero, también curiosamente, al reconocerme más fácilmente en su peripecia, me acompaña menos que los anteriormente citados.

BdL: Técnicamente, el diálogo es uno de los recursos retóricos más elementales y a la vez complejos en la construcción del personaje. Según tu experiencia, ¿qué condiciones debe cumplir un buen diálogo?

JB: Se me dan mal los diálogos y por lo tanto no soy quién para decir qué condiciones debe cumplir un buen diálogo. De hecho en mis relatos y novelas no hay mucho diálogo, y cuando lo hay son casi siempre reconstrucciones de los diálogos en la mente de algún personaje. Envidio mucho a los escritores que construyen buenos diálogos (y en cuanto escribo la frase me digo, no es verdad: de hecho, de mis escritores favoritos hay pocos que sean buenos dialoguistas).

BdL: Quiero detenerme en el diálogo: Cuando leemos, por ejemplo, Cien años de soledad o muchos relatos de Borges, verificamos diálogos ‘artificiales’, difíciles de asimilar a la oralidad del día a día, y sin embargo, funcionan: ¿Por qué?

JB: Porque no estamos en el día a día, sino en un recinto distinto: la obra literaria. Es como si me dices que gritar ¡árbitro cabrón! a un tipo que te adelanta en la autovía por la derecha no funciona: claro que no, es un grito que funciona en un recinto determinado, que es el estadio de fútbol o el bar donde ves el partido con los amigos. García Márquez o Borges crean un discurso, unos escenarios, un habitat donde sus diálogos no te parecen artificiales, porque ya has aceptado el artificio en el que nace todo, el estadio donde has ido a ver el partido.

BdL: Por último, quiero que le dejes algún consejo al escritor principiante en torno a la construcción del personaje, una especie de ‘minidecálogo’ o quizá una sola premisa. Algo que te resulte importante.

JB: Que se las arregle para que sea capaz, mediante la emoción, mediante la capacidad de «crearse» en la mente de quien lo está recibiendo al leer sus peripecias, de colarse en la memoria de los lectores sin que se agote en la lectura. Los únicos personajes de la literatura que al final importan son los que duran más allá de la lectura de los libros en los que te los has encontrado, los que, por decirlo así, saltan la tapia de las obras en las que los recaudaste y te los llevas contigo adonde quiera que vayas.

 

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Natalia

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2 comments

  1. María José Rivera

    Hace poco me encontré con un amigo y me dijo que acababa de leer “El sueño del celta” de Vargas Llosa. Y tras algún que otro comentario, hizo el siguiente juicio de valor: “Vargas Llosa ha debido de tener experiencias homosexuales, porque algunas escenas…”. Sólo tengo en mi haber dos novelas. La primera trata sobre una mujer que vive en el desierto del Sahara y que comparte marido con otra mujer. Preguntas: 1) ¿Has vivido en el Sahara? R: No. 2) La protagonista, ¿tiene cosas de ti? R: No lo que estás pensando, y sí lo que no estás pensando. En la segunda novela el protagonista era un homosexual japonés, y no se dieron ese tipo de identificaciones. Pero el japonés comparte conmigo muchísimas cosas: el mismo viaje fatalmente iniciático y un buen puñado de mitos, de pensamientos y de vivencias. En esta entrevista hay una pregunta que también he leído muchas veces: ¿le gustaban las niñas bonitas a Nabokov? Y casi siempre creo entender que lo que se pregunta es, ¿El Humbert Humbert de Lolita es el propio Nabokov? Habría que remitirse al autor para contestar que no, que Humbert Humbert, según el propio Nabokov, es Lewis Carroll. Pero a buen seguro Nabokov sacó bastante de sí mismo para construir el personaje de Humbert Humbert, aunque no sea en lo obvio.
    ¡Buena entrevista!

    1. Ronaldo Menéndez

      Gracias por tu siempre lúcido enfoque, María José. De hecho, tu comentario es el germen de un buen artículo, esa eterna y tan superficialmente tratada línea de reflexión.

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