En esta nueva entrega, Fernando Alonso desgrana Frankie y la boda de Carson McCullers. Indaga en el universo literario de la autora norteamericana, dejándonos entrever sus frustraciones dentro de ese puritanismo de la sociedad sureña.
«Yo tengo más que decir que Hemingway, y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner».
Como manifiesto no hay duda que supone una apuesta por elevación pero, sin tener, necesariamente, que compartirlo, nadie hasta ahora lo ha tomado por una bravuconería estúpida.
La frase pertenece a Carson McCullers (1917-1967), una de las grandes autoras sureñas americanas que con William Faulkner, Truman Capote, Tennessee Williams y el resto del grupo de las llamadas damas del sur: Katherine Anne Porter, Eudora Welty y Flannery O’Connor, crearon un universo literario reconocible, poblado de personajes marginales, desclasados, muchas veces de morbosa mentalidad religiosa, y para los que la presencia del mal resulta tan real como el bien.
En este universo, bautizado por algunos como “gótico sureño”, cada uno de los autores tiene su propia voz, con distancias que ellos mismos se encargaron de señalar.
De entre todos ellos siento especial debilidad por Carson McCullers desde que leí La balada del café triste. Luego vinieron el resto de novelas que no hicieron sino confirmar el diagnóstico. De sus obras prefiero las novelas cortas, aunque me costaría decidirme entre la citada y Frankie y la boda. Hoy lo haré por esta última.
Para entrar en el universo literario de Carson McCullers es necesario entrar antes, aunque sea de puntillas, en la vida y la personalidad de su autora porque, en buena medida, no resultó ajena a los temas recurrentes de su obra. Por citar algunos:
- El sentimiento de no pertenencia y de exclusión personal y social (inadaptación, marginación, racismo…)
- La necesidad de amar y ser amado, y tensión entre ambos sentimientos (posesión, celos…)
- La presión de una sociedad puritana sobre las relaciones de pareja y las opciones sexuales personales (divorcio, homosexualidad…)
- Las tensiones sociales entre diferentes confesiones y creencias religiosas (reformadores, católicos…)
Carson McCullers vivió en primera persona estos problemas, en medio de una azarosa vida sentimental, tanto en su matrimonio con el que fue su marido, Reeves McCullers, con quien se casó dos veces en un periodo de cinco años, con un divorcio de por medio, como en diversas relaciones que mantuvo con mujeres de su entorno social y artístico.
La propia autora da una respuesta a la compleja relación entre amante y amado, en dos páginas memorables de La balada del café triste, contestando a la pegunta que se hace su narrador sobre la incomprensible relación sentimental de sus protagonistas.
Abandonada su vocación inicial hacia la música, acabó estudiando escritura creativa en la Universidad de Columbia. Luego, a partir del enorme éxito de su primera novela El corazón es un cazador solitario, a los veintitrés años, Carson McCullers hizo de la literatura el centro de su vida, como más tarde diría:
«No me gustaría vivir si no pudiese escribir… La escritura no es sólo mi modo de ganarme la vida; es como me gano mi alma».
En su boca, estas palabras deben adquirir un significado especial, si consideramos que, durante la casi totalidad de su vida fue una enferma crónica aquejada de varias dolencias graves, alguna de las cuales la llevó a un considerable grado de invalidez, hasta su temprana muerte a los 50 años.
Si nos centramos en Frankie y la boda, esta novela, en particular, supuso para Carson McCullers un parto doloroso. Mientras Reflejos en un ojo dorado fue escrita en dos meses y tuvo un éxito enorme, Frankie y la boda le costó cinco años de trabajo y la redacción de seis versiones diferentes, para, finalmente, no conseguir la acogida de sus obras anteriores.
La novela cuenta el amargo despertar a la adolescencia de Frankie, una niña de doce años, larguirucha y desmañada, en pleno desarrollo físico, que se siente desubicada en el mundo en el que vive y sufre la lacerante sensación de no pertenecer a nada ni a nadie. Demasiado cría para que sus antiguas compañeras de juegos, algo mayores que ella, y que ya organizan fiestas con chicos, la dejen participar en éstas, es a la vez demasiado mayor para otro de los protagonistas, John Henry, su primo de seis años en el que, a su pesar, tiene refugiarse como única compañía posible. En su deseo de pertenencia, incluso intenta colaborar en el conflicto bélico que en esos días se libra en el mundo (segunda guerra mundial), tratando de donar sangre, y hasta eso se le niega por culpa de su corta edad.
Sólo le queda abrir su corazón a la sirvienta negra, Berenice, en la cocina de la casa, donde se desarrolla gran parte de la narración, casi siempre en presencia de su primo. De esta manera, Frankie, Berenice y John Henry forman un triángulo protagonista que, por otra parte, constituye uno de los modelos narrativos habituales de la autora.
Hasta ese momento, en las interminables conversaciones que mantienen las dos protagonistas principales, «las palabras llegaron a convertirse en una especie de insignificante y fea cancioncilla que repetían de memoria», «una rima sin sentido recitadas por dos locas».
No sé para otros, pero, para mí, estas frases tienen ecos de la sentencia de Macbeth sobre la vida: «un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, y que no significa nada». Y aquí es obligado cerrar el círculo retornando al mismo territorio en el que Faulkner utilizó la cita para dar título a su novela El ruido y la furia.
En estas circunstancias, la inminente boda de su hermano mayor, que ha sido su referente y su compañero de juegos hasta que entró en el mundo de los mayores −el ejército−, y que ahora regresa a casa con su novia para casarse, supone para Frankie un revulsivo en el que cifra sus deseos de cambio y la esperanza de salir del lugar en el que vive, planteándose, ilusoriamente, la marcha con la pareja de recién casados al final de la ceremonia.
La novela muestra los sentimientos que pasan por la cabeza de Frankie durante ese último fin de semana de agosto en el que se va a celebrar la boda, mediante continuos diálogos con Berenice. En esos tres días, de viernes a domingo, se aferra a la posibilidad de pertenecer por fin a algo, y ese algo será la boda que, de esta forma, se convierte en un cuarto protagonista simbólico del relato. En este punto es imprescindible recordar que el título original de la novela es The member of the wedding, mucho más preciso que el de la versión española.
Durante ese corto espacio de tiempo Frankie sufrirá un duro proceso de iniciación y forzada aceptación de su papel en el mundo, bajo la tutela de la sirvienta negra.
La novela está dividida en tres partes (cada una correspondiente a uno de los días), que señalan, además, los diferentes estadios de transformación que sufre la protagonista. Respondiendo a la persona nueva que surge de cada uno de ellos, la autora, con la tácita aceptación de la protagonista, cambia a ésta de nombre en cada una de las partes: primero será “Frankie”, luego “F. Jasmine” y finalmente “Frances”.
Así como La balada del café triste buceaba en la dualidad del amor –el amante y el amado−, La boda de Frankie también lo hace en otra dualidad –el yo y el nosotros− en la que se debate Frankie: «Todos los demás tenían algún nosotros al que recurrir, todos los demás excepto ella».
El hecho de que buena parte del relato se desarrolle en la cocina de la casa, facilitó la adaptación teatral, de la mano de su amigo Tennessee Williams, al igual que una adaptación cinematográfica dirigida por Fred Zinnermann, el mismo año que dirigió “Solo ante el peligro” y un año antes de rodar “De aquí a la eternidad”. Sin embargo, ninguno de estos intentos alcanzó la hondura del texto literario.
También existen adaptaciones cinematográficas de “El corazón es un cazador solitario” (1968) y “La balada del café triste” (1991), además de la citada “The member of the wedding” (1952), aunque el verdadero éxito cinematográfico de una obra de Carson McCullers llegó de la mano de “Reflejos en un ojo dorado” (1967), que algunos clasifican entre las obras maestras de John Huston.
Para finalizar, quizá quepa traer a estas notas un juicio de Harold Bloom sobre la autora:
«Pocos escritores han expresado tan vibrante y económicamente un universo desesperado por amar y ser amado y. simultáneamente, han reconocido que la realidad de semejante anhelo casi inevitablemente decaerá…»
Si te gusta descubrir libros, conocer a los autores, editores o traductores de los mismos, profundizar en obras con poéticas diferentes y conocer gente con tu mismo interés por la Literatura, echa un ojo al Club de lectura de Billar de letras, donde una vez al mes destripamos obras que consideramos imprescindibles, analizándolas desde un punto de vista técnico y formal, todo ello en un ambiente distendido de vinos y picoteo.