De la segunda edición del taller de traducción literaria de Billar de letras, próximamente verá la luz Sueños de Invierno, de Scott Fitzgerald, publicado por Traspiés editores. Os dejamos su prólogo firmado por la traductora y coordinadora de los talleres de traducción literaria de Billar de letras, Maite Fernández.
Prólogo Sueños de invierno
Pocas cosas hay tan aleatorias y determinantes en la vida de una persona como el lugar en que nace y, en el caso de Francis Scott Fitzgerald, es fácil aventurar que ni su vida ni su obra hubieran sido las mismas si no hubiera nacido en su casa de Summit avenue, en la ciudad de Saint Paul (Minnesota), el 24 de septiembre de 1896. Summit avenue era una grandiosa avenida, flanqueada por algunas de las más extraordinarias mansiones de los Estados Unidos; pero la casa de Scott, más modesta, estaba hacia el final, allá donde la avenida se convertía en una calle corriente, similar a cualquier otra calle de cualquier barrio de cualquier ciudad de provincias norteamericana. Fitzgerald pudo frecuentar desde niño a sus acaudalados vecinos, visitar sus fastuosas casas, conocer la despreocupación, la altanería y la frivolidad que reinaban en sus reuniones y en sus fiestas, oírles hablar de sus descapotables, sus yates, sus viajes a Europa, aun sabiendo que él no pertenecía del todo a aquel ambiente, que estaba allí por casualidad y que, en cualquier momento, podría ser expulsado. Eso precisamente es lo que le ocurre al narrador de El gran Gatsby, al protagonista de ese fantástico cuento que es El diamante más grande que el Ritz, o al joven Dexter, que protagoniza Sueños de invierno.
Los vaivenes económicos, las diferencias sociales y la atracción por ese mundo opulento y glamuroso, presentes en la mayor parte de su obra, tienen mucho que ver con el desclasamiento del autor, hijo de un empresario de buena familia, arruinado, y de una madre irlandesa, que era la que aportaba la afluencia económica con el negocio familiar de venta al por mayor de comestibles. Como todos los buenos padres, los de Scott sabían que la permanencia de su hijo en aquella clase social a la que aún podían agarrarse dependía de su educación, así que lo llevaron a colegios de élite y, en 1913, Fitzgerald ingresó en la Universidad de Princeton.
Nunca fue buen estudiante, pero desde sus primeros años destacó como escritor. Su carrera literaria despegó cuando a los veintitrés años conoció a Zelda. Zelda era, como muchas mujeres sobre las que Fitzgerald escribiría luego, hermosa, altiva, libre y rica, y Scott se enamoró perdidamente de ella. Pero Zelda Sayre, hija de un juez del Tribunal Supremo de Alabama, no estaba dispuesta a casarse con un don nadie. Fitzgerald se esforzó, buscó trabajo en una agencia de publicidad, un sector que entonces parecía ya prometedor, con la ilusión de reunir un capital suficiente, pero ni siquiera eso satisfizo a Zelda, quien rompió su compromiso. Fitzgerald entonces trabajó más que nunca en su escritura hasta terminar la que sería su primera novela, A este lado del paraíso. La novela fue publicada cuando él tenía tan solo veintiún años, fue un verdadero éxito, y Scott, de la noche a la mañana, se convirtió en un escritor rico y famoso. Corría el año 1920 y aquello sí convenció a Zelda. Una semana después de la publicación del libro, Zelda y Scott se casaron.
Los primeros años de matrimonio fueron desenfrenados. Era la época del jazz, del pelo a la garçonne, del adiós a los corsés, a los cuellos cerrados y a las faldas largas, y los Fitzgerald se convirtieron en una de las parejas de moda. En 1921 tuvieron a su única hija, Scottie. Pero aquellos felices años veinte fueron también años donde triunfaron el materialismo a ultranza y el enriquecimiento sin cortapisas. Fue además precisamente en 1919 cuando se aprobó la llamada «ley seca» y el crimen organizado empezó a campar por sus respetos. En medio de aquel torbellino, Fitzgerald sucumbió pronto al alcoholismo, mientras Zelda desarrollaba una enfermedad mental que la obligó a ingresar en varias ocasiones en sanatorios diversos, hasta quedar definitivamente internada.
Fitzgerald trabajó como loco para pagar el sanatorio y empezó a escribir también guiones de cine, hasta que decidió mudarse a Hollywood. Allí conoció a Sheilah Graham, su segundo gran amor. Ella le animó a seguir escribiendo y a dejar el alcohol, pero era ya demasiado tarde: el 21 de diciembre de 1940, un infarto causó la muerte a Fitzgerald. El ciclo de la tragedia se cerraría unos años después cuando un incendio en el sanatorio mental donde estaba ingresada Zelda, acabó con la vida de esta.
- Scott Fitzgerald es uno de los más importantes autores norteamericanos del siglo XX, integrado en la que se dio en llamar «Generación Perdida», junto a otros autores como Dos Passos, Hemingway, Faulkner y Steinbeck. A lo largo de su vida, escribió varias novelas: A este lado del paraíso(1920), El gran Gatsby(1925) y Suave es la noche (1934), así como una novela inacabada, The Last Tycoon, pero hay que tener en cuenta que Fitzgerald era un escritor profesional, por lo que escribía también para numerosas revistas (el Saturday Evening Post, Esquire, etc.), que eran las que le pagaban el dinero necesario para mantener su costoso tren de vida. La revista Saturday Evening Post, por ejemplo, estuvo pagándole cuatro mil dólares por relato durante la Gran Depresión, una cifra que nos parecerá muy alta incluso hoy en día, por lo que no puede decirse que al escritor le faltara nunca el dinero, aunque sí que lo dilapidara sin control alguno y tuviera que hacer luego malabarismos para llegar a fin de mes. A lo largo de su carrera, escribió ciento sesenta y cuatro relatos, la mayoría de los cuales se publicaron posteriormente en distintas recopilaciones: Flappers y filósofos (1920), Cuentos de la era del jazz (1922) y Todos los jóvenes tristes (1926).
Sueños de invierno, el cuento que presentamos, se publicó en 1922 en la revista Metropolitan. En una carta escrita por el autor a su editor, Maxwell Perkins, Fitzgerald describe Sueños de invierno como una especie de primer borrador de El gran Gatsby, la obra maestra de Fitzgerald, y, ciertamente, contiene numerosas similitudes tanto en los temas como en los personajes. No era infrecuente que Fitzgerald utilizara los cuentos como terreno de pruebas de sus posteriores novelas, pero está claro que Sueños de invierno es un experimento logrado. Las diferencias sociales, el valor del dinero, la búsqueda de la belleza y la quiebra de los ideales que van unidos a todo ello son los temas centrales de esta historia de amor y de ambición, dramática y tierna, sarcástica y delicada. En 1926, el cuento volvería a publicarse dentro de la colección Todos los jóvenes tristes.
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La traducción del relato ha sido el proyecto de fin de curso del taller de traducción literaria de Billar de Letras. Traducir a Fitzgerald es un reto importante, y lo es porque la prosa de Fitzgerald es una de las más delicadas y preciosistas con las que un lector se puede encontrar. La prosa de Fitzgerald destila emoción, y esa emoción se construye mediante todo tipo de recursos poéticos: el polisíndeton, las repeticiones, la acumulación y los paralelismos tienen un papel notable en el relato, y hemos hecho un esfuerzo por mantenerlos y reproducirlos con la mayor fidelidad posible. También las aliteraciones y el ritmo son elementos esenciales de la prosa de Fitzgerald que hemos reconstruido con mimo. Y por supuesto, las bellísimas imágenes con que el que autor ilumina su relato y que, como todo lector sabe, penden siempre de un hilo, puesto que cualquier pequeña deficiencia puede transformar una imagen sublime capaz de producir una punzada súbita y profunda en una cursilería sosa y cargante.
Pero es que, además, F. Scott Fitzgerald alterna esa escritura poética y cargada de una emoción intensa con una escritura fresca, liviana, pragmática y hasta cínica. Y es precisamente en esa alternancia en donde se encuentra la clave del estilo del autor. Decía Fitzgerald que lo más difícil era poder mantener dos visiones al mismo tiempo. Y eso es lo que hace todo el tiempo: elevar al lector a la belleza de lo subjetivo, lo soñado, lo idealizado, y darle a la vez la narración objetiva, ramplona y desencantada de los sucesos.
Pasar de uno a otro registro, emprender esas galopadas a lomos de caballos briosos y a veces desbocados, para volver a tomar luego las riendas y recuperar un trote gracioso y ligero es la mayor proeza de los traductores de Sueños de invierno: Felicidad Blasco, Montserrat Custodio, Mayte Goizueta, Mónica Herrero y Luis Martínez.
En el taller hemos trabajado con pasión, espíritu crítico y, sobre todo, sentido del humor. Hemos tratado de desbrozar cada frase, cada palabra, hasta encontrar su significado último para luego devolverle su sencillez, su ligereza, dejando que lo extraño siga siendo extraño, que lo sublime lo sea también en español, y que la ironía burlona que lo impregna todo brille con luz propia, como brilla en el relato original. Creo que, con la suma del ingenio, el buen hacer y el cuidado de todos, lo hemos conseguido.
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