«Me atrevería a decir que no creo que nadie pueda escribir una prosa sucinta salvo que haya al menos intentado, sin éxito, escribir un buen soneto en pentámetros yámbicos»
(F. Scott Fitzgerald, Letters)
¿«Síslesli»: incesantemente o sin sosiego?
El sonido quedo de las palabras
Hasta aquí, hemos hablado de la metáfora que despliega la frase de Fitzgerald, pero dejando de lado la imagen ¿alguien más escucha en ella el sonido del mar?
No creo que sean imaginaciones mías, y explicaré por qué: primero está esa aliteración del «beat» y el «boat», y el «borne» y el «back», que va imprimiendo golpes a base de bilabiales (no olvidemos, que las bilabiales son doblemente explosivas en inglés). Y luego… luego está ese sonido sibilante del «ceaselessly». Escuchémoslo bien: «So we beat on, boats against the current, borne back ceaselessly into the past».
¿Se oye? Si escucháis bien, veréis que, tras el golpeteo de las «bes», viene, más lentamente, el susurro de las «eses».
Es más, si afinamos bien el oído nos daremos cuenta de que esas «bes» se encarnan en palabras cortas, en monosílabos batientes, mientras las «eses» se arrastran, «esdrújulamente», por la arena.
Es difícil imaginar una frase tan minuciosamente armada. Esos sonidos, onomatopeyas sutiles, resuenan calladamente en la mente lectora, porque no hay que creer que las palabras, por leerse mentalmente, pierdan su sonido. Aunque haga tiempo que hayamos dejado de leer en voz alta, las palabras conservan aún su sonoridad y esa es quizás una de sus mejores armas para llegar al lector, puesto que apela directamente a los sentidos y no a la inteligencia.
El sonido de las palabras contribuye sin duda a despertar la emoción, y lo hace también, por supuesto, a través del ritmo, es decir, de la cadencia que adquieren al engarzarse unas con otras las palabras, convirtiéndose en música.
Si escuchamos el ritmo de la frase de Fitzgerald, veremos que se escucha algo así: papa papán, pán papán papanpan, pán pán pánpanpan pánpan panpán. ¿No es verdad que puede oírse un avance suave, otro realizado con esfuerzo y luego, un empujón y otro y un largo retroceso impulsado por la esdrújula, para terminar por último con un implacable final? ¿No evoca acaso ese ritmo el movimiento del velero, vapuleado por las olas, que lucha contra el viento para acabar retrocediendo de nuevo?
Fijémonos bien, porque quizás ahora entendamos mejor por qué la frase original es una de esas citas que se convierten en tópicos, de esas con las que se adornan postales y calendarios, una frase de las que se graban en la memoria colectiva.
La cuestión ahora es: ¿hay algo de eso en español? En las siete traducciones que he consultado no he logrado ver con nitidez la imagen, ni mucho menos oír el mar, y si las olas baten, aunque sea ligeramente, contra barcos y barcas, no hay nada que se arrastre por los «incesantemente» o «sin cesar». No sé si alguien por ahí será capaz de reproducir en mayor o menor medida el sonido de ese «ceaselessly», pero quizás un «sin sosiego», aun alejándose ligeramente de la literalidad, se podría aproximar. Porque, no lo olvidemos, las palabras tienen muchos más ecos de los que cabe plasmar en una traducción literal y son a menudo esos ecos los responsables de su memorabilidad (en el sentido más llano, de «susceptibles de poderse memorizar»).
En el texto original, toda la melancolía de la novela se sedimenta en esa frase, y lo hace porque evoca con una imagen concisa y brillante la historia de Gatsby, de su sueño y de esas ataduras con el pasado que le impiden hacerlo realidad; pero lo hace también porque la imagen y el sentido se funden, y porque la presencia sonora, física, que escuchamos quedamente en las palabras, se vuelve tan inseparable de ellas como el salitre del aire y como el aire de la piel.
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