Entrevista a Mercedes Cebrián por Ronaldo Menéndez
Billar de Letras: Tal y como hemos ido haciendo en esta sección, empiezo aclarándote que se trata de entrevistas temáticas, y contigo quiero hablar de los géneros literarios. ¿Crees en la importancia de la ortodoxia de los géneros literarios, o podría decirse que ‘militas’ por la indefinición genérica en pos de una especie de libertad, vocación experimental, o revitalización de las formas?
Mercedes Cebrián: Me gusta cómo has expresado la segunda opción, la militancia por la indefinición genérica. Pero yo la llamaría “militancia no intencionada”. Es decir, obviamente trato de llevar las riendas de lo que hago, pero no hay una voluntad clara de romper géneros, es como si saliese así. Lo que pide la receta: la vas probando y compruebas si necesita más sal, más limón… Así salieron El malestar al alcance de todos, La nueva taxidermia, y entiendo que así iré elaborando los demás, si los hay.
BdL: Confieso que soy un ferviente admirador de tu libro La nueva taxidermia, obra originalísima e indefinida genéricamente: Cuéntame lo más raro que te han comentado con respecto a este libro, dado su carácter ambiguo.
MC: Grandes rarezas no ha habido, pero siempre que alguien me comenta que lo leyó se ve casi obligado a decirme cuál de las dos nouvelles le interesó más. En cambio, si yo mostrase una foto de mis hijas mellizas (hijas que, por cierto, no tengo), no creo que nadie se viese obligado a decir: “la rubia es más vistosa que la otra”. En el bando de los que apoyan con fervor Qué inmortal he sido hay menos lectores, a pesar de que para mí esa es la nouvelle con la que más conecto.
BdL: Qué te preocupaba mientras abordabas su escritura, háblame de algunos retos técnicos a los que te enfrentaste.
MC: Me enfrento a menudo a mi tentación de escribir una especie de ensayo novelado o de novela de ideas, con muy pocas peripecias por parte de los personajes. En El genuino sabor, que es mi última publicación y se podría clasificar como novela, ciertos lectores me han comentado que echan de menos más conflicto, más puntos de inflexión vitales para la protagonista –que cambia varias veces de hogar y país, pero por lo visto esto no es suficiente “peripecia”–. En general, pienso que los ingredientes de la narrativa podrían ser, así a grandes rasgos, tres: pensamiento, peripecias y descripciones. Es muy burdo mostrarlo así, lo sé, pero a veces, en el proceso de trabajo, sí me veo buscando el equilibrio entre estos elementos. O al menos siendo consciente de cómo los voy dosificando a lo largo de la narración.
BdL: Quiero volver sobre la primera pregunta. Borges decía que los géneros eran importantes porque orientaban la disposición y expectativas del lector. Es decir, cuando un lector se sumerge en un relato o una novela ortodoxa, sabe cuáles son las reglas del juego. ¿Violentar un género no implica, necesariamente, la ‘creación’ de lectores? Háblame de los riesgos de escribir más allá de los géneros.
MC: Es problemático, sin duda, pero yo ya sé que lo que escribo es veneno para la taquilla y lo acepto, por tanto no me visualizo preocupada pensando “ay, los lectores me van a abandonar en este siguiente libro, porque es una miscelánea que alterna crónicas, ensayos y poemas”, o similar. Para empezar, pones en un aprieto a veces a los libreros, que no saben dónde colocar lo que escribes, si se trata de, por ejemplo, un libro de relatos y poemas. El genuino sabor lleva el subtítulo de “una novela” porque su cubierta –un bodegón– y título podían prestarse a confusión: ¿es ficción? ¿Es un ensayo sobre cocina? Y ese subtítulo no fue decisión mía, añado. Después está la crítica, que en ocasiones –sobre todo si el crítico/a es académico/a– busca que tu libro se adapte a una serie de plantillas canónicas. Si no lo hace, es decepcionante o poco ambicioso. Yo en cambio echo de menos que las reseñas de libros no se adapten tan prolijamente a la plantilla al uso de lo que estamos acostumbrados a leer en prensa bajo el rubro de “crítica literaria”.
BdL: Escribes columnas, relatos, crónicas, y cosas que no me atrevo a encasillar, y además eres una excelente traductora, y has sido becaria en varias instituciones culturales. Vas del periodismo a la escritura de viajes, de la ficción al ensayo. Tanto eclecticismo y versatilidad, ¿deja algún sello de identidad en tu estilo que puedas identificar racionalmente?
MC: Quizá cambio de género porque en el fondo temo que se note demasiado mi casi obsesión por dos o tres temas únicamente: la imposibilidad de escapar del consumo es uno de ellos, por ejemplo. Mi miedo es a decir siempre lo mismo o, más bien, a mirar siempre de forma idéntica, pues la escritura es, en mi opinión, primeramente un trabajo de la mirada. Así que a lo mejor lo camuflo con los cambios de género o bailando entre unos y otros, no tanto por los lectores sino por mí misma, para creer que estoy con un nuevo proyecto completamente diferente del anterior.
BdL: ¿Qué herramientas te aporta el lenguaje periodístico a la hora de escribir ficción?
MC: Recuerdo que Hipólito Navarro, cuyos cuentos he leído con mucho interés, me advirtió una vez sobre los peligros de escribir con frecuencia en la prensa y de cómo después no era fácil quitarse de encima ese tono como funcional, informativo y, sobre todo, que trata de resumirlo todo en pocos caracteres, por el tradicional problema de falta de espacio en prensa escrita. Así que, como ves, quizá no me aporte gran cosa ese lenguaje. Yo creo que como no acabo de saber qué es el lenguaje periodístico, no parece fácil que me aporte algo. Sí que reconozco una fuerte influencia –en mis primeros textos de cualquier índole– del periodista Guillem Martínez. Y también sigo aprendiendo mucho de las crónicas, perfiles y reportajes de Leila Guerriero: es buenísima dando voz a otros y a la vez aportando su visión del asunto, todo de forma equilibrada.
BdL: Y lo contrario: ¿Cómo influye en tu prosa más periodística o ensayística el hecho de tener una relación tan intensiva con la ficción?
MC: A veces se cuela demasiado el yo y las ganas de desvariar, de transitar caminos que quizás sean un cul-de-sac. Me gustan los narradores modelo “flautista de Hamelin”, que con su voz te llevan a donde quieren, te abducen para que los sigas sin pensar muy bien adónde.
BdL: Quiero terminar con uno de nuestros temas recurrentes en Billar de Letras, que es una escuela: la experimentación narrativa. ¿Cómo influye la ‘sed de experimentación’ en el aprendizaje literario?
MC: Muy a menudo me veo buscando libros al azar para ver cómo Fulanito o Menganita han resuelto problemas técnicos de cualquier tipo: una voz en primera persona, o cómo han insertado un ensayo en medio de una obra de ficción, cosa que, por ejemplo, Milan Kundera borda. Así que eso me lleva a leer y, por tanto, a aprender, lo cual parece una obviedad, ¿no?
Lo que ocurre es que no imagino cómo sería no tener esa “sed de experimentación” a la hora de abordar un texto propio. ¿Cuál sería entonces la actitud, algo así como “voy a repetir esta fórmula requetemanida para no equivocarme”? No concibo un escritor que piense así. La gracia está en equivocarse, como actitud vital, no solo en la escritura.