Extranjero en la tierra. MOIRA, de Julien Green

POSTED BY   Natalia
24/09/2015
Extranjero en la tierra. MOIRA, de Julien Green

Moiraen la tierra. MOIRA, de Julien Green, publicado por Automática, por Fernando Alonso.

En los años treinta del siglo XX tiene lugar en Francia un resurgimiento de la literatura religiosa, en especial de la literatura católica. Se trata, en general, de la obra de autores sumidos en profundas crisis personales y de fe, que incluso llegan al catolicismo desde otros credos. En el centro de este pensamiento se encuentra el filósofo Jacques Maritain (1882-1973), que contribuyó a sentar las bases ideológicas de la Democracia Cristiana.

Puede decirse que sus postulados se enfrentaban a la corriente existencialista que negaba la existencia de Dios y ponía en cuestión el propósito último del hombre.

El rasgo común de este movimiento literario, en el que destacan las figuras de Georges Bernanos (1888-1948), François Mauriac (1885-1970) y Julien Green (1900-1998),es la pintura de una religión de carácter sombrío y trágico en la que se manifiesta la grandeza y miseria del hombre, y también su hipocresía.

Para ubicar mejor su ideario, evitando malentendidos, conviene precisar que, en aquellos años de ascenso del nazismo y del nacional catolicismo español, estos autores se alinearon, en su mayoría, con los ideales de la república española (y luego con los de la resistencia francesa), en contra del sentido de Cruzada sostenido por la Iglesia católica a este lado de los Pirineos.

Entre ellos, Julien Green ocupa un lugar atípico ya que, aunque nació en París, lo hizo en el seno de una familia de padres norteamericanos, de origen e ideología sudista y religión protestante, que habían emigrado a Europa por problemas económicos derivados de la derrota en la guerra de Secesión. La madre siempre animará a su hijo a residir en Francia por cercanía sentimental con otro pueblo orgulloso, también perdedor de una guerra (en este caso la guerra franco-prusiana de 1870-1871). Él, por su parte, nunca abdicaría del origen y del ideario confederado de su familia. Aunque sus primeros estudios los realizó en un liceo parisino, tras la duda y posterior abandono de una incipiente vocación religiosa y artística, volvió a Estados Unidos, al acabar la Primera Guerra Mundial, para cursar estudios de Lengua y Literatura en la Universidad de Virginia.

Aunque fue bilingüe, escribió la práctica totalidad de su obra en francés, traduciendo, él mismo, algunos de sus textos al inglés. Nunca fue ciudadano francés, pero residió la mayor parte de su vida en Francia, por lo que es unánimemente considerado como un escritor de este país, hasta el punto de que en 1971 fue elegido miembro de la Academia Francesa, siendo el primer escritor no nacional en pertenecer a dicha institución. Tras ello, el presidente de la república Georges Pompidou le ofreció la ciudadanía francesa, que no aceptó por su igualmente notable patriotismo americano. Se dice que entre los méritos invocados para su entrada en la Academia, no fue ajeno el uso habitual en su narrativa del pasado simple, un tiempo verbal literario casi abandonado por sus contemporáneos.

Por la importancia que tiene en su obra y, en concreto, en Moira, conviene poner de manifiesto que Julien Green fue un hombre aquejado de continuas dudas religiosas. Convertido al catolicismo a los dieciséis años −después de la muerte de su madre−, sufrió a lo largo de su vida sucesivas crisis de fe, incluso alimentadas por la perpleja asunción de su homosexualidad.

En este contexto, Moira (1950), una forma nominal irlandesa de María y, a su vez, “destino” en griego, es la historia de un modo de entender la religión desde el fanatismo y las trágicas consecuencias personales y sociales a las que puede dar lugar.

Su protagonista, Joseph Day, es un joven humilde de dieciocho años que en 1920 inicia sus estudios superiores en una universidad norteamericana. Se trata de un muchacho que de inmediato llama la atención de cuantos le rodean, tanto por su hermoso físico como por un desagradable integrismo religioso que chirría entre el resto de sus compañeros, más preocupados por el sexo y la bebida que por el estudio, hasta hacerle objeto de sus burlas. A partir de ese momento, el protagonista se mueve entre una orgullosa superioridad moral y un igualmente orgulloso complejo de inferioridad social que le lleva incluso a violentos enfrentamientos físicos. En uno de ellos, al principio de la novela, su contrincante no sólo lo humilla sino que, como en Rigoletto, le lanza una maldición que le acompañaráa lo largo de la narración.

A medida que ésta avanza, el personaje del protagonista se hace más y más odioso a causa de su mesianismo, su intolerancia ignorante, su falta de piedad y su desprecio hacia cualquier manifestación de debilidad humana. En sus propias palabras, reivindica para sí el ejercicio de la religión en “estado salvaje”. Su Dios no es el del perdón; de hecho llega a plantearse la imposibilidad de que pueda perdonar tan fácilmente como se piensa; su Dios es el dios violento que expulsa del templo a los mercaderes. Joseph calibra todo y a todos en términos de tentación, salvación o condena eterna, viviendo en un irresoluble conflicto entre la carne y el espíritu.

No es sólo eso; como en todo fanatismo religioso, al protagonistale aterroriza cualquier expresión de la sexualidad, aunque sea bajo el manto de la representación artística: le avergüenzala lectura de Romeo y Julieta hasta el punto de negarse a su estudio; no puede sostener la mirada de un busto de Fidias o Praxíteles; incluso le atemoriza la carnalidad de su propio cuerpo. Como sostenía su padre –un hombre ciego e intolerante−, el cuerpo es el enemigo del cristiano. Como en el salmo bíblico, se siente «extranjero en la tierra».

En su incomprensión de cuanto le rodea ni siquiera es capaz de tomar conciencia de la atracción natural que suscita entre las mujeres e incluso en alguno de sus compañeros de estudio, con resultados trágicos.

Como contrapunto al protagonista hay en la novela otro personaje, David, un estudiante con decidida vocación pastoral, su único amigo y valedor, que entiende el hecho religioso desde una perspectiva más conciliadora.

A lo largo de la narración se plantea el contraste entre la actitud de ambos elegidos, como ellos mismos se consideran. Serían los Pablo y Pedro del primer cristianismo: la iglesia militante y misionera frente a la iglesia paciente y seductora. Frente a Joseph, David es la mesura, la mansedumbre, la comprensión sin límites, la perfección. Todo ello representa una continua humillación para Joseph, que bascula ante su amigo en una compleja relación amor-odio-repulsa-admiración continua. Pero, al igual que en el caso del protagonista, este empalagoso personaje, David, que siempre parece hablar desde un púlpito, tampoco concita en el lector ningún agrado o admiración específica.

Éste es el cúmulo de situaciones y sentimientos que se presenta en la primera parte de la novela. En la segunda, todo se espesa en el corazón del protagonista con la aparición de Moira, una muchacha sensual e indómita que disfruta con la seducción. A partir de su primer encuentro, el drama está servido.

Moira es una novela abierta a interpretaciones personales, fruto de los apriorismos ideológicos con los que afrontemos su lectura. Dando por supuesto que no se trata de una crítica a la religión en sí misma (hay que repetir que Julien Green fue un escritor de profundas convicciones religiosas), tampoco parecería posible restringir aquélla al rigorismo protestante que pudo conocer el autor en los Estados del sur americano de minoría católica (recuérdese la posición literaria comentada en este blog a propósito de Flannery O´Connor); no parece posible, porque esta crítica tendría su exacta imagen especular en conocidas formas integristas del catolicismo. Habría que concluir, entonces, que se trata de una crítica del fanatismo religioso en cualquiera de sus manifestaciones. En realidad, de Moira se ha dicho no saber si estamos ante una novela cristiana o una tragedia griega.

En casos como el de Julien Green, es difícil separar vida y obra. Toda ella habla del destino del hombre obligado a vivir, según él,en la tensión entre el alma y la carne; «en el abismo entre el yo ideal y el yo de cada día», llegó a decir. En este sentido la obra de Julien Green tiene un carácter singular en la literatura contemporánea, al modo irrepetible del que hablaba Walter Benjamin al referirse a los autores que cierran su propio ciclo narrativo. A pesar de este estilo tan personal, en su literatura es fácil encontrar el rastro de autores como Hawthorne o Dostoievski.

En una primera lectura de Julien Green, y de Moira en concreto, es fácil caer en la tentación de pensar que sus temas no nos conciernen o no son de esta época. Sin embargo, basta mirar a nuestro alrededor para establecer un evidente paralelismo entre la destrucción de un libro de Shakespeare, la consideración idólatra de unas esculturas clásicas, la condena de una sexualidad en libertad o la justificación de una acción despiadada llevada a cabo por un grupo de elegidos, y muchas de las noticias que llenan en la actualidad los titulares de nuestros diarios.

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Natalia

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