Billar de letras (BdL): Como entrevista temática, quiero que nos movamos en el inmóvil territorio del viaje literario, es decir, del viaje hecho literatura. ¿Puede afirmarse que tu trabajo en la librería Altair fue tu primer viaje? ¿Qué heredaste de ese entorno pequeño e infinito?
David Torres (DT): No, yo creo que mis primeros viajes físicos tuvieron lugar (y tiempo) durante la infancia, aquellos largos desplazamientos con mi familia, primero en tren y luego en coche hasta la costa de Granada. Pero tú sabes que el viaje físico es lo de menos, lo que cuenta en la niñez son los viajes imaginarios y ahí recuerdo sobre todo dos libros: el Viaje al centro de la tierra, de Verne, y Los cazadores de ballenas, de Salgari. En el primero descubrí que a través de los intestinos de un volcán respiraba el mar y en el segundo leí la descripción de una aurora boreal donde sentí quizá por primera vez el poder inmenso de la literatura. En cuanto a Altair, la librería que por desgracia acaba de cerrar, allí conocí a grandes amigos, sobre todo mis compañeros Rafael Conde y Norberto Rivero, allí descubrí el gran espacio de la montaña, allí escribí mi primera novela, Nanga Parbat, ambientada en el terrible ‘ochomil’ paquistaní, y allí descubrí una literatura completamente nueva para mí, digamos que viví una segunda infancia en cuanto al género de los viajes.
BdL: Quizá la tradición más fecunda de la escritura de viajes está ligada a los grandes aventureros y exploradores del siglo XIX, pasando por Hemingway, y luego la estirpe de los periodistas que se la juegan de un lugar a otro para cazar una crónica, ¿Crees que el escritor de viajes debe ser, por así decirlo, un aventurero, un ‘hombre de acción’?
DT: No necesariamente. No todo el mundo puede ser Jack London, que a los quince años ya había vivido varias vidas, se fue a buscar oro a Alaska y regresó con las manos vacías pero con la cabeza llena de historias maravillosas. Hay muchos tipos de viajeros, está el gran poeta que se detiene en una ciudad, como Brodsky en Venecia; el reportero en busca de una gran historia, como Kapuscinski en Etiopía o en cualquier parte; o incluso el viajero que queda detenido por una fatalidad durante meses en un hotel de mala muerte y entonces encuentra su obra maestra. Esto último le ocurrió a Nicolas Bouvier en Ceilán, tal y como cuenta en El pez escorpión.
BdL: Has escrito sobre viajes que otros han hecho. Háblame de este proceso: Cómo investigas –si lo haces-, y dónde termina la biografía y la información objetiva, y empieza tu propia imaginación.
DT: No es difícil porque para mí tanto la escritura como la lectura son procesos de empatía, de ponerme en el lugar del otro, ya sea ese otro un asesino en serie, una víctima del asesino, una princesa rusa o un capitán inglés. Hay un momento en que la documentación y la imaginación se funden y no sabría muy bien decirte dónde empieza una cosa y termina la otra. Hay pasajes de Los huesos de Mallory, el libro que escribí junto a Rafael Conde sobre los aventureros ingleses del Everest, donde realmente ya no sabría deslindar qué cosas inventamos, qué cosas exageramos, qué cosas atenuamos y qué cosas simplemente leímos. Mira, yo escribí un libro de viajes, La sangre y el ámbar, que transcurre en Polonia, y cuando lo releo, varios años después, en efecto, parece que el viaje (y el libro) lo hubiera hecho otro. Al final con todas las experiencias pasa un poco eso, ¿no? El tiempo se ha puesto por en medio, la vida también y es como si le hubieran sucedido a otro. A Rimbaud.
BdL: Uno de los problemas más frecuentes de la escritura de viajes es cuando la información del viajero ‘lastra’ el propio nervio literario del texto: ¿Crees que la información pura y dura está reñida con el entretenimiento literario? ¿Cuáles son los límites del trabajo con la información si es que los tiene?
DT: Para mí todo lo que sea información pura y dura, es decir, horarios de tren, precios de hoteles, comidas, etc. pertenece al ámbito de las guías de viajes y es algo que se queda desfasado de inmediato, prácticamente en el momento de publicarlo esa información ya está obsoleta. Otra cosa es el escritor que es capaz de coger esos datos triviales y convertirlos en una pura delicia. Por ejemplo, Javier Reverte.
BdL: ¿Te consideras un ‘viajero de libros’? ¿Cuál es la ‘aventura física’ a la que le has sacado más partido, literariamente hablando?
DT: ¿Mía, quieres decir? En un sentido estrictamente físico, mis tres viajes a Polonia, que en el libro quedaron reducidos a uno solo. En un sentido espiritual, mi escalada al Nanga Parbat, donde jamás estuve pero en cuya cima me sentí más solo que nunca.
BdL: ¿Qué es la ‘literatura de montaña’? Háblame de algunos autores y libros cuyas cumbres merezca la pena conocer.
DT: La literatura de montaña, creo yo, es un género que está recién nacido, está todo por hacer, está esperando a su Conrad y a su Melville. De momento, que yo sepa, salvo alguna novela perdida de Salter, mis dos primeros libros y alguna otra rareza por el estilo, la ficción no ha entrado en ese territorio magnífico con toda la fuerza que debería. Lo que sí hay son textos que podríamos llamar fundacionales, es decir, experiencias de primera mano, libros de memorias de montañeros y algunos de ellos son extraordinarios. Te recomendaría Annapurna, primer ochomil de Maurice Herzog, Los conquistadores de lo inútil de Lionel Terray (fíjate qué título increíble), K2 el nudo infinito de Kurt Diemberger, Solo de Reinhold Messner y Into the thin Air, el extraordinario reportaje sobre la tragedia del Everest en 1996 de Jon Krakauer.
BdL: Has sido guionista de ‘Al filo…’, y esto implica un trabajo totalmente distinto al de la escritura literaria, un trabajo, por así decirlo, al servicio de ‘la realidad’ y de otro lenguaje, el documental: ¿Qué relación ha tenido para ti este aprendizaje con la propia literatura? ¿Permanecen disociados o se complementan?
DT: Cuando era joven pensaba que la literatura se reducía a la novela y a la poesía, y para de contar. Ahora que ya no soy tan joven he comprendido que la literatura es un arte mucho más amplio y que acecha en todas partes, en los guiones de cine y televisión, en ciertas páginas de los periódicos, en algunos blogs de internets, en los aforismos de twitter y facebook, en muchos chistes, y en miles y miles de conversaciones a las que apenas prestamos atención. La labor de guionista de documentales era, básicamente, la de prestar forma a un material amorfo. Teníamos docenas de horas grabadas sobre una escalada al Himalaya y debíamos reducirla a una historia coherente. A menudo no contábamos siquiera con una cumbre, pero otras veces, como ocurrió en el K2, cuando Juanito Oiarzábal se perdió y estuvo a punto de morir, la historia ya era tan tremenda que apenas había que poner texto. He aprendido mucho de mi trabajo de guionista como también lo he hecho de mi experiencia como columnista. Al final cualquier clase de escritura es una herramienta que sirve para el maletín de escritor y que acaba por encajar en algún tablón de una novela. Como anécdota, te diré que el documental del que estoy más satisfecho es El territorio del leopardo, donde con la excusa de una escalada invernal al Broad Peak, contamos la historia de Ushé, un poblado de porteadores baltíes en el Karakorum. Hablamos con ellos, nos metimos en sus casas, en sus vidas e incluso nos permitieron filmar a sus mujeres. Al final incluso uno de ellos logró la primera filmación de un leopardo entre las nieves, algo verdaderamente increíble.
BdL: Para ir terminando, sé que no te gustan los cánones literarios ni los ‘mandamientos’, pero quiero pedirte un esfuerzo en definir qué le pides a un libro de viajes, qué no debería jamás faltarle.
DT: En plan perogrullo podría decirse que lo que define al género de viajes es precisamente eso, el viaje. Lo cual no implica necesariamente desplazamiento físico pero sí una transformación, un cambio, una metamorfosis. Y el viaje siempre implica al viajero. Para mí lo esencial en un libro de viajes es la perspectiva, la mirada del viajero y en ese sentido sólo puede imaginármelo en primera persona. Creo que un libro de viajes en tercera persona podría ser todo un hallazgo.
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