Bulevar de Javier Sáez de Ibarra, publicado por Páginas de Espuma se alza con el Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España en el 2014, por Ronaldo Menéndez.
Carver sigue dando juego: primero con Gordon Lish, que dicen las buenas lenguas fue quien enderezó su obra, y ahora con los relatos agrupados bajo el título de Bulevar de Javier Sáez de Ibarra. Raro libro en el escenario de relatos convencionales de la actual Literatura española. Nace de un ejercicio sobre los relatos de Carver, y luego sigue, gana impulso, y se quiebra.
¿A quién se le ocurre escribir un libro que a medio camino se convierte en una especie de informe o panfleto, con leguaje burocratizado e intención de performance? ¿Y a quién se le ocurre publicarlo? Solo a los grandes, diría LishCarver. Ya nos estamos acostumbrando a que los arriesgados libros de Páginas de Espuma se abran paso oxigenando nuestro panorama.
Los personajes de Ibarra recorren el variopinto Bulevar de la soledad, la angustia, el engaño, la timidez, la duda. Actualizados en la materia turbia de la España de hoy, o de la intimidad más universal. Pero esto, aunque certero a lo largo y ancho de este libro, parecen solo palabras. Lo que me ha gustado, en segundo lugar, es que Javier Saez de Ibarra es dueño del don de la palabra elusiva. La que te cuenta siempre dos cosas a la vez. La madre que trajina con el niño que llora, tiene un eco en otra dimensión. Los de la empresa de mudanzas, no dicen nunca lo que parece que dicen. Y aquel hermano enfermo constituye una metáfora de algo impreciso, pero que se nos enquista aquí dentro, en un rinconcito de nuestra alma de lectores. Y todo esto va en segundo lugar, porque hay algo simple y antiguo, que es lo que más me ha gustado. ¿A qué debo mi asombro, en primer lugar?
La experimentación. Ibarra le llama, en su prólogo-defensa, literatura retiniana. Parece que ya nadie se atreve a jugar con registros, estructuras, conceptos, y apostar fuerte por la renovación de los géneros. Imagino que el fantasma de editores convencionales, de lectores adocenados, se parece a un fantasma que recorre el mundo, nuestro mundo de escritores de cuentos. Y ya se nos va olvidando que los cuentos de Edgar Allan Poe, en su momento, fueron un experimento. Es una suerte que Juan Casamayor se haya atrevido a publicar este magnífico libro. Pero, sobre todo, a Javier escribirlo. Sin este bulevar, mi alegría de lector de relatos sería hoy un poco más pequeña.
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