¡Los cabritos se lo inventan! Notas en torno a Tom Wolfe y el Nuevo Periodismo

POSTED BY   Natalia
11/02/2016
¡Los cabritos se lo inventan! Notas en torno a Tom Wolfe y el Nuevo Periodismo

PlantGUêA.qxdJaime Buedo

1. Estamos a medio siglo de que las palabras «Nuevo Periodismo» empezaran a colarse en las tertulias neoyorquinas para dar nombre a ciertas publicaciones anómalas que venían produciéndose bajo las siglas de prestigiosos medios de la prensa escrita como Esquire o New York Herald Tribune. Más tarde, un tipo llamado Tom Wolfe que se había pasado los 60 escribiendo magníficos retratos balzaquianos de la emergente cultura pop norteamericana, trata de radiografiar el movimiento en una antología que hoy ya es un clásico para cualquiera que —como yo mismo— se sienta llamado por los frutos del periodismo no convencional. El «Nuevo Periodismo Americano», se ha dicho muchas veces, ni era nuevo ni es de invención yanki; pero seguramente contó con un soporte y tradición editorial con el que no se contaba en otros países donde escrituras de tintes similares se estaban desarrollando desde incluso antes. El Nuevo Periodismo sí sirvió, sin embargo, para dar difusión global a una forma distinta de entender el trabajo periodístico que hoy parece florecer de nuevo en el marco iberoamericano.

2. Wolfe es increíblemente persuasivo, por lo que es fácil caer en la épica que él mismo crea en torno a sí mismo y al reporterismo de la época. El ensayo de crítica literaria que acompaña la mencionada antología narra la epopeya de un «lumpenproletariado» literario —un poco excesivo, sí— que a lo largo de una década logra introducirse en el canon de la Literatura con mayúsculas. Para ello, Wolfe traslada toda su potencia irónica a las oficinas de los principales diarios neoyorquinos de finales de los cincuenta, cuando todo era gris y aburrido y nadie era capaz todavía de arrojarse a un lago congelado para conseguir una historia. En ese clima, son los reporteros destinados a banalidades y estilos de vida los que, por puro aburrimiento, empiezan a experimentar con el lenguaje y los límites del periodismo.

3. Hay una idea con la que Wolfe se muestra bastante cínico que sin embargo, según parece, sigue acompañando a periodistas, cronistas y, en general, escritores de no ficción. En sus entrevistas nunca falta algún tipo de formulación de la pregunta por La Novela. La Novela, nos cuenta Wolfe, era una suerte de reformulación del sueño americano para todos aquellos que trabajaban de una manera u otra con el lenguaje: «Todos ellos consideraban el periódico como un motel donde se pasa la noche en su ruta hacia el triunfo final […] El triunfo final se solía llamar La Novela […], uno de aquellos fenomenales golpes de suerte, como encontrar oro o extraer petróleo, gracias a los cuales un norteamericano, de la noche a la mañana, en un abrir y cerrar de ojos, podía transformar completamente su destino.» Un estigma que tal vez no haya sido del todo superado por la no ficción y que explica por qué Truman Capote jamás pretendió haber transformado el periodismo sino, antes bien, haber inventando “la novela de no ficción”.

4. Como curiosidad: Wolfe introduce a García Márquez dentro del saco de los Nuevos Fabulistas que tratan de recuperar lo literario a través de un regreso a las formas puras de la literatura, frente al realismo que él propugna desde la no ficción. Paradójico, cuanto menos, si lo leemos a la luz del papel desempeñado por García Márquez con su trayectoria periodística y su Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.

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5. Modus operandi: Wolfe recrea algunos de los procesos a través de los cuales llegó a concebir el estilo literario que caracterizaba a sus artículos y reportajes, en general, ligados a una importación del lenguaje literario y su flexibilidad con el artificio del punto de vista. «La idea, dice Wolfe, consistía en ofrecer una descripción objetiva completa, más algo que los lectores siempre tenían que buscar en las novelas o los relatos breves: esto es, la vida subjetiva o la vida emocional de los personajes». Wolfe jugó mucho a escribir sobre sí mismo en tercera persona, como un personaje más de la crónica, o bien a utilizar un «Narrador Insolente» que hacía al lector indignarse con los personajes. Especialmente orgulloso se siente de la creación de una especie de voz del proscenio capaz de recoger múltiples voces que dan cuerpo a la idea que Wolfe quiere transmitir sobre ciertos colectivos (por ejemplo, la norteamericana Izquierda Chic o elitista, cuya parodia es magistral). Las personales voces que Wolfe es capaz de crear van también de la mano de un uso apropiado de la sintaxis, «cosas como los signos de exclamación, las cursivas, y los cambios bruscos (guiones) y las síncopas (puntos) contribuían a crear la ilusión de que una persona no solo hablaba sino también de que una persona pensaba».

6. ¡Los cabritos se lo están inventando! Esa fue la primera reacción de los que se topaban con las primeras piezas del Nuevo Periodismo. Lo cierto es que cuando uno empieza a introducirse en una pieza de periodismo narrativo a veces resulta complicado imaginar cómo ha conseguido el narrador recopilar toda esa información que nos permite revivir la escena casi en nuestras propias carnes, sin haber abusado ni un poquito de la pura imaginación. Como en ese maravilloso texto de Leila Guerriero, El rastro en los huesos, cuyo inicio parece sacado de una turbia novela negra; se trata de cargar de sentido unos datos que por lo demás son absolutamente reales y obedecen a la pericia del reportero en la búsqueda de la historia, el exhaustivo proceso de documentación y en exprimir al máximo cada minuto de trabajo de campo. En los sesenta —¿seguirá ocurriendo hoy?— todavía se tildaba, dice Wolfe, de paraperiodismo a esta disciplina que seguramente es más exigente con el fact-checking que cualquier portada de un diario tradicional, precisamente por el riesgo que conlleva imponer forma literaria a una materia prima cien por cien real. No se podía concebir hasta entonces que la objetividad informativa pudiera buscarse a través de una dimensión estética —algo curioso, pues llevamos identificando Belleza y Verdad desde el pensamiento griego. Como si esa objetividad solo fuese alcanzable a través de la pulcritud de un lenguaje supuestamente neutro. (La realidad es que un uso malintencionado de un lenguaje supuestamente neutro —por ejemplo, el judicial— es mucho más peligroso que escoger la primera persona para narrar unos hechos: compárese, ya que es el tema de la semana, el auto oficial del juez que ha encarcelado a los ya famosos titiriteros, con las versiones subjetivas de algunos de los padres que asistieron a tan satánico espectáculo.)

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Natalia

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