En Billar de letras nos sentimos en deuda con aquellos que han revolucionado las formas y géneros literarios. Y qué mejor forma de rendir tributo a autores reconocidos que creando una nueva sección en nuestra web de la que se ocupará en un futuro nuestro nuevo colaborador, Fernando Alonso, quién analizará obras de notable influencia en la historia de la literatura moderna. En las primeras entregas se acerca al universo femenino analizando con autoras del prestigio de Flannery O’Connor, la que nos ocupa, Virginia Woolf o Carson McCullers.
En el principio de la modernidad: Las olas, de Virginia Woolf por Fernando Alonso.
Vaya por delante mi confesión de mal lector de nuevos autores. Casi podría decir, como uno de los personajes de Luces de Bohemia, que «nunca leo a mis contemporáneos». Tontunas de gente mayor que cree optimizar, así, su tiempo. Esta actitud tiene enormes inconvenientes: jamás descubriré un tesoro literario. Pero también tiene sus ventajas. Una de ellas es jugar sobre seguro a la hora de escoger lecturas.
Por eso, cuando leí Las olas de Virginia Woolf (1882-1941) ya sabía que iba a encontrarme con un texto hermoso pero difícil. Únicamente necesitaba valorar, por mí mismo, hasta qué punto era ambas cosas, y si finalmente me compensaría el previsible esfuerzo de su lectura.
Vayan las respuestas por delante. Efectivamente, es un texto complejo, y sÍ: es hermoso y su lectura compensa el esfuerzo.
Pero, ¿de qué proviene esta complejidad? Curiosamente la respuesta es simple: se trata de una novela vanguardista que rompe las reglas de la narración convencional. Publicada en 1931, formaría parte, con Ulises de James Joyce (1922) y En busca del tiempo perdido de Marcel Proust (1913-1927), de un escogido grupo de textos que replantearon las posibilidades de la narrativa conocida hasta entonces, y cuya estela aún llega hasta nuestros días.
Aunque suponga un cierto distanciamiento de la línea crítica académica, yo diría que Las olas, asumiendo y combinando elementos de las dos obras citadas, propone una reflexión sobre el paso del tiempo sobre la base del flujo de pensamiento de sus protagonistas. Quizá la novedad de su planteamiento provenga, entonces, de la combinación de ambos factores en un único texto.
La trama
El relato está construido sobre seis personajes, tres hombres y tres mujeres que mantienen una relación afectiva a lo largo de su existencia. Todos son protagonistas de la historia, sin que ninguno se convierta en el eje de la trama; entre otras cosas porque la novela carece de trama.
La estructura
El texto se estructura en nueve secciones, cada una de las cuales corresponde a una etapa de la vida de sus protagonistas, desde la infancia hasta la vejez. Entre ambas, y a lo largo de todas ellas, el lector ve nacer, crecer y morir sus emociones y sentimientos en cada época: infancia, adolescencia, juventud, madurez, senectud.
¿Por qué hablar de secciones y no de capítulos? En mi opinión, porque la novela se aparta de la estructura del relato realista, en la que un cambio de capítulo suele corresponder a un giro en la trama. Sin embargo, la esencia de este relato permanece inalterable a lo largo del texto sin acción alguna como tal, narrando la transformación de sentimientos de los personajes.
Virginia Woolf trastoca así el modelo realista y lo transforma en un modelo simbólico, en el que cada sección está precedida por un texto externo, aunque paralelo a la narración, que describe las sucesivas fases del sol, desde el orto al ocaso, en un día de playa. Este recorrido se corresponde con el ciclo de la vida de los personajes, mientras el incesante vaivén de las olas representaría la continuidad de la vida colectiva sobre las vidas individuales de los protagonistas.
El modelo narrativo
Pero a pesar de lo dicho, la verdadera dificultad de la novela reside en el modelo narrativo utilizado por la autora, ya que los personajes únicamente se expresan mediante monólogos interiores, sin que en ningún momento dialoguen entre sí.
En estos monólogos, los personajes dan rienda suelta a su flujo de pensamiento, hablando de sí mismos y del resto de los protagonistas, en una espesa red de soliloquios alternados. Al final del relato, los conocemos a todos por su autorretrato y el retrato que de cada uno de ellos hace el resto.
Aunque he dicho que hay seis personajes, en realidad son siete, ya que existe otro más, sin voz en el texto pero imprescindible en la narración, al que todos se refieren en sus monólogos y cuyo recuerdo permanece en ellos más allá de su desaparición.
La expresión
En cuanto al propio discurso narrativo no puede pasarse por alto que el texto presenta una contradicción estilística, al hacer que todos los personajes se expresen en idéntico tono. Aunque en este caso el término “expresión” no sea sinónimo de “hablar” sino de “pensar” (como se ha dicho, nadie habla en el relato), el hecho de que personajes tan diferentes se expresen en un tono intercambiable, comporta cierta incoherencia literaria.
Como no cabe pensar en un lapsus cometido por una autora tan técnica como Virginia Woolf, debemos suponer que esta anomalía estilística no formaba parte de sus preocupaciones literarias en el momento de abordar la obra. No obstante, esta decisión saca a la luz un interesante tema de debate teórico, aquí resuelto en la afirmación de que en el proceso creativo no existen reglas inmutables, y que siempre cabe la subversión de las leyes que presuntamente deben regir un texto.
Discurso del género
Finalizada la lectura de Las olas, y repuestos del shock que seguramente nos ha producido, es casi inevitable que nos preguntemos qué es exactamente lo que acabamos de leer.
Desde luego, una obra en prosa. ¿Una obra en prosa? Pero, ¿de verdad no hemos sentido a lo largo de sus páginas el profundo lirismo que atraviesa todo el texto? ¿Estaríamos entonces ante un relato escrito en clave de prosa poética?
Y ahondando en la duda: ¿es realmente una novela o se trata de un largo poema que escarba en los sentimientos de unos personajes y la transformación que se va produciendo en ellos a lo largo de una vida?
En el fondo son preguntas cuya respuesta apenas interesa, porque sea cual sea ésta, y hasta quizá por esa misma dificultad de encasillarla, lo que resulta sustancial es el sugerente valor literario de la propuesta.
Como en toda obra de vanguardia, quizá el comienzo de su lectura requiera aceptar el juego que propone la autora. Pero si lo hacemos, acabaremos atrapados por una narración que progresivamente va ganado altura, aupada en unos monólogos cada vez más intensos. Aún es necesario llegar a las páginas finales del libro para encontrarnos con uno de los pasajes más bellos del texto, en el que uno de los protagonistas hace una reflexión general sobre el sentido de la vida.
En mi opinión, este monólogo con el que se cierra el ciclo de Las olas no desmerece de las páginas finales de El tiempo recobrado de Proust o Los muertos de Joyce.
Cuando releo cualquiera de estos fragmentos, y lo hago a menudo, por un momento creo tener claro de qué hablamos cuando hablamos de literatura.
Si te gusta descubrir libros, conocer a los autores, editores o traductores de los mismos, profundizar en obras con poéticas diferentes y conocer gente con tu mismo interés por la Literatura, echa un ojo al Club de lectura de Billar de letras, donde una vez al mes destripamos obras que consideramos imprescindibles, analizándolas desde un punto de vista técnico y formal, todo ello en un ambiente distendido de vinos y picoteo.